CHINA VS. TAIWÁN: ¿LA III GUERRA MUNDIAL?

JOSÉ ÁNGEL MARINA GIL

Bandera de la República Popular China
Bandera de Taiwán

La rivalidad creciente por el control de las áreas de influencia a nivel mundial entre Estados Unidos, el hegemón, y China, superpotencia emergente que va camino de igualar al coloso norteamericano en el ámbito económico, va a desembocar inevitablemente en un conflicto armado de incalculables consecuencias. Las condiciones para que llegue a producirse este enfrentamiento son cada vez más propicias.

Hay que remontarse a una rivalidad de tal naturaleza en la Antigüedad para establecer ciertos paralelismos. Por un lado, en la antigua Grecia, en la segunda mitad del siglo V a.C., Atenas y Esparta dirimieron sus tensiones en la Guerra del Peloponeso; y, por otro lado, Roma y Cartago resolvieron sus diferencias en la I y II Guerra Púnica.

En el primer caso, Atenas se convirtió en la potencia naval de la Hélade tras las Guerras Médicas, cuando bajo su control se creó la Liga de Delos. Entretanto, Esparta siguió manteniendo el poderío terrestre con la Liga del Peloponeso. Atenas, una potencia emergente, no podía sustraerse al dominio incontestable que ejercía sobre sus aliados. Esparta, una potencia consolidada, no podía obviar el creciente poder que iba acumulando Atenas hasta convertirse en un rival que podría expandirse más allá de su área de influencia. Estas tensiones desembocaron en el estallido de la Guerra del Peloponeso, en la que toda Grecia fue el escenario del enfrentamiento entre ambas polis. Finalmente venció Esparta pero a un coste tan alto que su dominio sobre la Hélade fue declinando rápidamente.

En el segundo caso, Cartago, metrópoli norteafricana que llegó a controlar en el siglo III a.C. gran parte del Mediterráneo occidental, incluyendo el sur y sureste de la Península Ibérica, chocó con Roma, potencia emergente que en este siglo ya se había hecho con el control de gran parte de la Península Itálica y que aspiraba a expandirse a costa de Cartago. En este contexto ambas potencias chocaron en la I y la II Guerra Púnica, en las cuales Roma salió vencedora, resultando Cartago en este último conflicto tan maltrecha que en la III Guerra Púnica fue literalmente borrada de la faz de la tierra por Roma.

La situación geopolítica que impera actualmente hay que situarla en el marco de un sistema bipolar imperfecto, en el que Estados Unidos sigue manteniendo la supremacía no solo a nivel económico sino sobre todo a nivel militar, mientras que China lleva creciendo en el ámbito económico desde hace más de dos décadas a un ritmo anual del 8%. Ello se traduce en que el PIB del coloso norteamericano asciende a 22 billones de dólares, mientras que el de China se sitúa en 17 de billones de dólares.

La política asertiva de China está basada en la resignificación, por la cual ya no trata solamente de mantener el statu quo sino sobre todo de extender su área de influencia a nivel mundial, siendo su máximo exponente la creación en mayo de 2017 de la Franja y la Ruta de la Seda (One Belt, One Road Summit). A su vez, esta política se combina con el «soft power», lo que da como resultado un control cada vez mayor en muchas regiones del mundo, sobre todo en África y América Latina, continentes en los que las potencias occidentales, con Estados Unidos al frente, han ido disminuyendo sus inversiones de capital y tecnología, dejando el paso expedito a China, lo que le ha llevado a perder gran parte de la influencia política que venía ejerciendo hasta ahora.

La política exterior del gigante asiático viene determinada fundamentalmente por el expansionismo económico a nivel mundial, lo que unido al papel preponderante que trata de ejercer en el Extremo Oriente genera una creciente tensión con Estados Unidos, aliado de países como Japón, Corea del Sur y Taiwán, país este último en el que se manifiesta al máximo esta tensión.

Cuando se creó la República Popular China el 1 de octubre de 1949, con la victoria de Mao Tse Tung sobre Chiang Kai-shek, este evacuó su gobierno nacionalista a Taiwán, en donde se proclamó la República de China, estado que hasta 1971 fue miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Desde entonces el régimen de Pekín no ha dejado de reclamar la unión (en forma de anexión) de Taiwán a la China continental.

Se podría hacer un nuevo paralelismo histórico entre el dominio incontestable que ejerce a nivel mundial Estados Unidos, cuyo poder militar se manifiesta en el establecimiento de 800 bases militares repartidas por el mundo y cuyo presupuesto en defensa ascendía en 2021 a 801.000 millones de dólares, con la supremacía que ejercía el Imperio romano en los siglos I y II de nuestra era. Estados Unidos, como hegemón, no va a dejar de perder este poderío, mientras que China va a seguir haciendo ejercicios militares e incursiones aéreas sobre el cielo taiwanés, lo que, unido a las reclamaciones cada vez más frecuentes de China por anexionarse Taiwán y el apoyo incondicional que le prestará Estados Unidos, darán como resultado un choque entre ambas superpotencias.

Una última cuestión que pone sobre el tablero la tensión creciente entre el coloso norteamericano y el gigante asiático lo constituye el hecho de que dos empresas taiwanesas acumulen más del 60% de la producción de semiconductores, los cuales son elementos indispensables en las industrias de tecnología punta y en armamento avanzado. En el caso de producirse la anexión de Taiwán por China, este país tendría el control mundial en la fabricación de chips, lo que le permitiría no solo desprenderse de la todavía dependencia tecnológica que mantiene con los países occidentales, Japón y Corea del Sur, sino también imponer su hegemonía en un sector estratégico.

Por ello, Estados Unidos y sus aliados no permitirían que esto ocurriera, presionando a China a través de la imposición de sanciones económicas y bloqueando la importación de productos chinos, lo que daría lugar a una contracción económica a escala mundial. La respuesta de China sería igual de contundente, creando un escenario de bloques enfrentados en el que ninguno de los dos saldría bien parado. Ante esta coyuntura, ambas partes podrían llegar a una serie de acuerdos que les permitieran volver a una economía más globalizada. En caso contrario, el escenario más probable sería la adopción de medidas proteccionistas por ambas partes, con lo que ello supondría para el comercio y la economía mundial, y en el peor de los casos, rota cualquier salida negociadora y con el agravante de la cuestión taiwanesa, podría degenerar en un conflicto entre ambas superpotencias de consecuencias impredecibles.

La historia nunca se repita, pero si tiene algo en común es que a pesar de los siglos transcurridos, Atenas versus Esparta, y Roma versus Cartago, las tensiones entre dos superpotencias, la una emergente y la otra consolidada, afloran de una u otra manera y desembocan inevitablemente en un conflicto armado.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Carrito de compra