JOSÉ ÁNGEL MARINA GIL
El poblado del Cerro de la Cruz, ubicado en los alrededores de Almedinilla (Córdoba), constituye uno de los mejores ejemplos, y también más desarrollados, de urbanismo ibero que existen en la Península Ibérica. Se trata de un oppidum ibérico arrasado por las legiones romanas a mediados del siglo II a.C., al situarse del lado del caudillo lusitano Viriato, aplicándole Roma la damnatio memoriae, es decir, condenarlo al olvido. Se trata de uno de los pocos poblados de la Baja Época Ibérica excavados en Andalucía.
Esta ciudad, construida de nueva planta, si bien su arquitectura y técnicas edilicias son propias del urbanismo ibérico (poblado en ladera dispuesto en terrazas escalonadas que han sido directamente excavadas en la roca, y aprovechan su superficie) responde a un modelo más avanzado de tipología urbana, ya que no presenta murallas ni estructuras defensivas adscribibles a época ibérica.
Entre las viviendas que alberga el poblado podemos destacar las que contienen molinos para molturar el trigo y otras que disponen de aljibes para almacenar el agua. Asimismo, en la parte alta del oppidum hay varias dependencias, una de las cuales se han recreado un conjunto de ánforas para almacenar líquidos (aceite y vino), las cuales se quedaron intactas así como sus víveres con la llegada de las legiones romanas, ya que no les dio tiempo a huir al ser esta ciudad aliada del caudillo lusitano Viriato, enemigo mortal de Roma.
Tenemos delante nuestra la recreación de una vivienda, con zócalo de piedra y alzado de tapial en la primera vivienda y zócalo de piedra y alzado de ladrillos de adobe en la segunda vivienda, y de un horno de arcilla, el primero de su tipo en España (ambas obras bajo la dirección de Emilio Ruiz). En el caso del horno, fue diseñado por el arqueólogo de la Universidad de Salamanca Juan Jesús Padilla y ejecutado bajo la dirección de Emilio Ruiz.
Hemos accedido al interior de la vivienda, de planta rectangular, cuyo suelo es de tierra apisonada, con una estera redonda de esparto, con un zócalo pintado de almagra cuya parte superior lo recorren cenefas geométricas y la pared con un enlucido de yeso. La techumbre es de vigas de madera bajo una estructura de cañizo sobre el cual se ponía arcilla, con lo cual se impermeabilizaba completamente. Contiene en su interior ánforas para contener líquidos (aceite y vino), cantimploras y vasijas de cerámica dispuestas en la parte alta de la habitación.
Estamos en el interior de un alfar o taller donde se fabrican objetos de barro cocido, con un torno de alfarero. A la parte alta del alfar se accede a través de las escaleras originales, y se han depositado vasijas, ánforas y cantimploras de arcilla construidos en dicho torno. La techumbre sigue el modelo de la habitación anterior, con vigas de madera bajo una estructura de cañizo sobre el cual se ponía arcilla. Podemos observar en esta repisa la recreación de una vasija ibérica, con decoración geométrica, y otras sin decorar.
Estamos delante del horno de arcilla (el primero de su género en España), con la cámara de combustión donde se echaba la leña que se alimentaba continuamente, y la cámara de cocción donde se han reproducido diversas ánforas para contener líquidos (aceite y vino) y otras piezas cerámicas.