JOSÉ ÁNGEL MARINA GIL
Estamos ante una de las obras más emblemáticas de la Antigüedad en suelo peninsular, la diosa Astarté del Santuario de El Carambolo. Esta escultura, de bronce fundido a la cera perdida y con tan solo 16,50 cm de altura, fue realizada entre el 725 y el 700 a.C. Se encuentra depositada en el Museo Arqueológico de Sevilla.
Se trata de una de las primeras imágenes documentadas en la Península Ibérica en la que aparece representada la diosa fenicia Astarté (divinidad suprema de Tiro y Sidón y heredera directa de la diosa mesopotámica Ishtar), la cual adquiere múltiples manifestaciones: diosa de la navegación, de los astros, de la fecundidad y del mundo subterráneo.
La imagen de esta deidad tutelar del Santuario de El Carambolo corresponde a una estatuilla probablemente importada (se puede entroncar con el arte sirio-fenicio de los siglos VIII-VII a.C.). Astarté, la Gran Diosa, Señora de la Vida y de la Muerte, la Gran Madre Universal, aparece representada bajo el teónimo de Astarté hr, ya que en su peana se reproduce dicha inscripción, que puede hacer referencia a una gruta y cuyo significado sería «Astarté, la de la cueva», aunque también pueda tratarse de una divinidad funeraria, siendo hr el término usado para tumba.
Como diosa del amor y del sexo aparece desnuda, imagen que se inspira en tradiciones religiosas de otras diosas mediterráneas y del Próximo Oriente. En ella confluyen los diversos arquetipos femeninos, que excluyen la maternidad.
Esta figura constituye una ofrenda votiva de dos fieles para ser depositada en el gran santuario del Cerro de El Carambolo, donde se manifiesta la inmanencia del culto a esta divinidad. Su área de influencia irradiaría prácticamente por todo el Bajo Guadalquivir, en plena área nuclear de Tartessos. El santuario de El Carambolo debe ponerse en relación con la ciudad fenicia de Spal (Sevilla), ya que era el santuario de dicha fundación colonial. Hay que tener en cuenta que en esta época Spal tenía salida al mar en lo que entonces era un golfo marino, el Golfo Tartésico.
En la parte frontal del escabel sobre la que está sentada la figura aparece una inscripción en lengua fenicia, la cual hace referencia a dos fieles que, en su fe, dejan constancia de su devoción a la diosa. Se trata del testimonio más antiguo y extenso en lengua fenicia hallado en la Península Ibérica.
En cualquier caso, esta imagen, que constituye una ofrenda votiva para ser depositada en este santuario fenicio ‒dado que en el altar del santuario no aparece ninguna imagen de Astarté, ya que no podía ser representada‒, no se puede considerar en modo alguno que sea un objeto de culto. Es más, cuando se trate de reproducir la imagen de esta diosa solo será posible a partir de la expresión anicónica que constituyen las piezas de orfebrería y joyas que conforman el tesoro depositado en el santuario, así como los betilos de piedra y cerámica que sustituyen a la imagen de Astarté.
Uno de los símbolos que identifican a esta deidad tutelar del santuario lo constituyen las conchas marinas (relacionadas con el culto a la fecundidad y a la vida eterna al participar del simbolismo de la fecundidad propia del agua), que pavimentan el pórtico de entrada a las capillas de Baal y Astarté. Asimismo, se usaron como elementos apotropaicos para alejar el mal o protegerse de él, de los malos espíritus o de una acción maligna en particular. La presencia de estas valvas de moluscos queda atestiguada en el sur de la Península Ibérica en algunos santuarios fenicios, las cuales se extienden también a santuarios de poblados indígenas que estuvieron en contacto con los colonos fenicios, como el de San Pablo (cerca de la ciudad fenicia de Malaka), en la ciudad de Málaga, del siglo VII a.C.
Esta estatua nos indica la presencia de una divinidad de ultratumba con carácter oracular, ya que profetiza en el santuario, la cual en su condición de diosa protectora de los navegantes era consultada por los marinos. En efecto, como diosa de la navegación y de los astros, los marinos la consultaban para asegurarse una buena travesía por las aguas que surcaban el Mediterráneo y el Atlántico. Los santuarios fenicios no solo eran lugares sagrados sino que eran la sede de asociaciones de mercaderes y actuaban de esta manera como garantes de las transacciones comerciales y depósitos donde se custodiaban todo tipo de documentos mercantiles.