«El largo Domingo Santo» es una historia que toca el corazón.
En la mejor tradición de la literatura en que la voz de un niño se alza sobre las demás para desvelarnos aspectos de una realidad que de otra manera iban a pasarnos inadvertidos, hay que situar “El largo Domingo Santo” de Francisco Manuel Luque. Su primer libro publicado, aunque no el único escrito por un prolífico autor que descubrió su vocación, alentado, como él mismo confiesa, por el sentimiento contenido en una frase de Meryl Streep, “Cuando tienes el corazón roto conviértelo en arte”. Y esta sentencia puede dar también sentido a las confesiones, narradas en primera persona, en un estilo ágil y envolvente, de un niño interno en un hospicio de la España de los años cincuenta del pasado siglo.
A lo largo de los seis capítulos y un epílogo en el que surge la música, se nos ofrece la perspectiva del tiempo pasado. El autor ha sabido llevarnos con su buen oficio literario por la rememoración de las vivencias infantiles de su padre. La magia de las palabras ha cerrado el círculo haciendo que sea el hijo quien cuenta la historia de su progenitor, y que lo literario esté encarnado en su figura, también para esto sirve la escritura, para dejar testimonio indeleble de una vida ejemplar que supo levantarse por encima de la adversidad.
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