EL BRONCE CARRIAZO

JOSÉ ÁNGEL MARINA GIL

El Bronce Carriazo. Placa calada de bronce dorado. Arte tartesio, período orientalizante (influencia del arte fenicio, egipcio y celta), 625-575 a.C.

Nos encontramos ante una de las imágenes más icónicas de la Protohistoria en la Península Ibérica, el Bronce Carriazo. Se trata de una placa de bronce dorado de un bocado de caballo, realizada en torno al 600 a.C. en el área nuclear de Tartessos. Se encuentra depositada en el Museo Arqueológico de Sevilla.

Bocado de caballo del Santuario de Cancho Roano

Fue descubierta casualmente por los arqueólogos Juan Maluquer de Motes y Juan de Mata y Carriazo en el Mercadillo del Jueves de la Calle Feria sevillana en 1957.

Representa a la diosa fenicia Astarté, la cual porta dos flores de loto esquematizado entre dos prótomos de ánade en actitud de vuelo. Realizada por artistas locales que recibieron la impronta del arte fenicio, egipcio (el peinado, las flores de loto que sostiene en ambas manos o el collar de loto) y celta o indoeuropeo (los dos prótomos de ánade). Estas confluencias de aportaciones culturales del Mediterráneo oriental con las llegadas de Centroeuropa son frecuentes en los productos artesanales destinados a la élite de la sociedad tartésica.

El Bronce Carriazo estaba destinado a un régulo tartésico que está en contacto con el mundo orientalizante a través de comerciantes fenicios y orientales. Ello se manifiesta en la representación de la diosa entre animales, típico del mundo oriental.

Según Maluquer de Motes, se trata de una figura de clara raigambre orientalizante, que se percibe en diferentes detalles. Así, aparece con el peinado característico de la diosa egipcia Hathor (diosa de la fecundidad, del amor y, por los rituales practicados, también de la muerte), primitivamente una diosa vaca, adquiere con el tiempo cabeza humana y se identifica con Isis, equivalente a la Ishtar mesopotámica y a la Astarté fenicia. De ahí que reúna en sí todos los elementos de la fecundidad, y encarna de esta manera las atribuciones que la vinculan con la Gran Madre cuyo culto se remonta al Neolítico como protectora de la vegetación y de la fertilidad, y que en algunas zonas se relacione con el culto solar por su aspecto fecundador y vivificante.

La diosa egipcia Hathor representada como una vaca amamantando a Hatshepsut. Templo de Hatsheput en Deir-el-Bahari

Esta divinidad sostiene en cada mano piezas triangulares como mango, que son un símbolo estrechamente unido a la esencia de Astarté y a la fecundidad solar (aspecto este último muy vinculado al mundo celta o indoeuropeo). Asimismo, estos triángulos son la esquematización de flores de loto que en la iconografía religiosa egipcia se presentan en manos de los faraones y reinas en el acto de adoración solar.

Esta pieza de orfebrería presenta un marcado carácter fenicio, que se manifiesta tanto por la representación de la diosa de la fecundidad como por el detalle del tipo del loto del collar. Si a ello se añade el carácter de la pieza que reúne en sí dos concepciones distintas sobre una misma idea ‒la divinidad de la fecundidad, y en concreto de la divinidad solar, una de origen mediterráneo y otra de origen indoeuropeo‒, la simbiosis de ambas ideas solo puede darse en un punto de contacto de ambos mundos y ese sin duda será Tartessos.

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